Lecciones y elecciones, por Fernando Mayorga

La Razón.- El próximo domingo acudiremos a las urnas. Casi en la misma fecha que el año pasado. ¿Qué sucedió en el transcurso de 11 meses para que el panorama electoral sea análogo al de 2019, es decir, que el MAS sea favorito y que Comunidad Ciudadana aspire a una segunda vuelta?

Sin Evo Morales en escena y con Carlos Mesa esperando, otra vez, el beneficio del voto ajeno o la declinación de algunas candidaturas. Esto denota que el MAS no perdió su fortaleza política y que sus rivales no forjaron una coalición alternativa.

La caída de Evo Morales mediante un golpe de Estado fue una victoria imprevista para los opositores al MAS que actuaron por única vez de manera cohesionada. Esa coalición puso a Áñez en la presidencia y dispuso de condiciones favorables —represión policial y militar de por medio y cierto estupor en los sectores populares— para impulsar un proyecto de restauración oligárquico señorial con el objetivo de desmantelar el modelo estado-céntrico forjado por el MAS con la nacionalización y la nueva CPE.

Sin embargo, los personajes que tomaron el poder no entendieron el alcance de su victoria. La furia contra la wiphala fue la señal de que el rencor era más fuerte que la ideología y ese encono marcó la impronta de un gobierno sustentado en la violencia estatal (Senkata y Huayllani) y un desapego absoluto por el Estado de derecho. Y todo en nombre de la “libertad” y la democracia, nunca tan vilipendiada con acciones autoritarias y una retórica altisonante de tinte ultra conservador rociada con agua bendita.

La euforia por esa victoria imprevista se transformó en triunfalismo y esa coalición de noviembre se desagregó en varias candidaturas, incluyendo a la autoproclamada Presidenta y al dirigente cívico que orquestó la conspiración. Pensaron que la disputa electoral sería un juego reservado para ellos bajo el supuesto de que el MAS estaba derrotado.

Nunca entendieron ese fenómeno sociopolítico que irrumpió victoriosamente en diciembre de 2005 y disfrazaron su desprecio por lo nacional-popular con un racismo rancio y decimonónico asentado en una curiosa antinomia: “ciudadanos” versus “salvajes”. Esa era, y es, la visión de “modernidad” de las élites políticas y económicas que retornaron a los meandros del poder después de una década y media.

Esa visión del mundo les hizo creer que el MAS era un mero reflejo de su “caudillo” y no un “instrumento político” de las organizaciones campesinas indígenas y otros sectores populares. Ese rasgo constitutivo salió a relucir prontamente.

El MAS mostró la primera señal de recuperación a principios de diciembre con la realización de un ampliado en Cochabamba. No había transcurrido ni un mes después del golpe de Estado y el Pacto de Unidad tuvo la capacidad de reagruparse demostrando su consistencia organizativa, aquella que se expresa, estos días, en capacidad de movilización proselitista.

Esa base social se sentía representada por Evo Morales pero no dependía de su liderazgo y por eso reitera su voto leal a Luis Arce. Así, el MAS convoca el apoyo del votante medio de las ciudades que se siente agobiado por la crisis económica, mientras sus rivales se disputan el voto antimasista con consignas vacuas y anacrónicas —“evitar el retorno de la dictadura” (sic)—.

En estas circunstancias, la disputa política se encamina a las urnas para la forja de un gobierno legítimo después de un oscuro paréntesis en nuestra historia democrática.

Fernando Mayorga es sociólogo.

https://www.la-razon.com/voces/2020/10/11/lecciones-y-elecciones/