Por Rubén Atahuichi / LA RAZON.- Senadora de minorías y convencida a proclamarse presidenta en 2019 sin tener condiciones legales, Jeanine Áñez padece hoy lo que nadie quisiera: calvario y soledad. Atrás quedaron sus momentos de poder, cuando era adulada como heroína de la “recuperación de la democracia” y se paseaba entre militares y policías, y entre sus correligionarios que le rendían pleitesía.
Detenida desde el 13 de marzo de 2021, cuando pretendía huir a Brasil, como su otrora colaborador Yerko Núñez, la mujer es acusada por una serie de delitos, vinculados especialmente a la forma cómo sucedió al derrocado Evo Morales y a las masacres de Sacaba y Senkata, el peor signo de su régimen.
Hace unos días, el diario Página Siete publicó una entrevista con ella, que describe con crudeza la condición con la que llegó al poder, más allá de la ruptura del orden constitucional que ahora la coloca en una situación complicada. “Muchos de mi partido se aprovecharon de mi inexperiencia”, dijo la exmandataria.
¿Quiénes? ¿Rubén Costas? ¿Sus correligionarios de Beni? “Lo dice como justificación de su soberbia o por algunos casos concretos de excompañeros en los cuales confió y después terminó enfrentada”, me dice un correligionario suyo en Santa Cruz, quien cree que Áñez tuvo más diferencias con compañeros de Beni.
Inexperiencia. Además, improvisación e irrespeto a las leyes, a la vida y al sentido común. Fueron la impronta de su gobierno.
No era posible su llegada al gobierno, más allá del argumento de “vacío de poder” que atribuye a las renuncias de Morales, de Álvaro García Linera, de Adriana Salvatierra, de Rubén Medinacelli o Víctor Borda. Era segunda vicepresidenta de la Cámara de Senadores, no le toca la sucesión. Si se dice tan demócrata, debía hacer todo lo posible para abrir un espacio de concertación en Senadores y la Asamblea Legislativa para propiciar, primero, la lectura de las renuncias y, segundo, la recomposición de las directivas camarales. Le importó nada la ausencia de quórum y la de la bancada del MAS. No era su intención, lo sabemos; fue funcional a otros intereses ajenos, no solamente de quienes desde su partido se aprovecharon de ella, sino de quienes no querían la continuidad en el poder de Morales y del MAS.
Hizo lo que temía, por ejemplo, Carlos Mesa: dar argumentos al MAS y a muchos bolivianos para llamar al proceso golpe de Estado, al saltarse todos los procedimientos legislativos y constitucionales, que ahora son la base del juicio ordinario por el caso llamado Golpe de Estado. No hubo sesiones ni de Senadores ni de la Asamblea Legislativa.
No hubo “sucesión impecable”, como llama Mesa, quien, por más de denunciar insistentemente la “persecución política”, no puede hacer nada por la “presidenta constitucional”.
Ni Luis Fernando Camacho, que había liderado las protestas que derrocaron a Morales y puso la Biblia en el hall y sentó en el Palacio de Gobierno a la exsenadora. Menos Costas, Jorge Quiroga, Luis Revilla y Samuel Doria Medina, su compañero de fórmula, que fueron aliados comprometidos con su régimen.
Ni hablar de Arturo Murillo y Luis Fernando de López, que también se aprovecharon de ella para sus fechorías personales. Nadie.
Salvo Amparo Carvajal, que la defiende a capa y espada, a pesar de sus incongruencias, nadie es capaz de movilizarse por ella.
Ni la comunidad internacional. Aunque la ultraderecha especialmente española, en juego con algunos medios nacionales, hace el intento de denunciar su complicada situación.
Áñez está enfrentando sola su calvario entre rejas. Las constantes denuncias ampliadas por su hija no tienen eco. Hasta la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), que su gobierno defenestró cuando emitió en 2019 un primer informe sobre las masacres, no dio curso a sus denuncias.
Todos se aprovecharon de ella, nadie es capaz ahora de organizar algo por reivindicar su inocencia. Nadie quisiera estar en su lugar.
Rubén Atahuichi es periodista.
https://www.la-razon.com/voces/2022/01/19/el-calvario-y-la-soledad-de-anez/
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