“Decimos que nuestra lucha va más allá de la democracia en la que hay sometimiento de las mayorías a las minorías, y someter no es vivir bien”, escribió David Choquehuanca en 2007 (revista Asuntos Indígenas – Primer año de presidencia de Evo Morales, Copenhague, Dinamarca), artículo en el que se explaya en conceptos y reflexiones acerca de la mirada aymara sobre el mundo, en la que prevalece la idea de armonización del hombre con la naturaleza y privilegia la lógica de complementariedad por encima del ida y vuelta utilitario de la reciprocidad.
Transcurridos 13 años de dicha reflexión, Choquehuanca es hoy candidato a la vicepresidencia por el Movimiento Al Socialismo (MAS), nominación que para él surgió de la legitimidad que le otorga su militancia y activismo en el Instrumento Político por la Soberanía de los Pueblos (IPSP) y que fue aceptada a pesar de que la gran mayoría de las organizaciones lo querían presidenciable, con el razonamiento de que un indígena debía seguir encarando tan grande responsabilidad. Si el excanciller de los gobiernos de Evo Morales hubiera actuado bajo las coordenadas de la lógica occidental en la que se lucha a brazo partido por los espacios de poder, no habría resignado esa promoción al puesto número dos en la lista. Lo hizo porque se concibe como parte de un colectivo humano expresado simbólicamente por la wiphala, bandera de la inclusión, en la que todos tienen el mismo tamaño e importancia, y la unidad debe prevalecer por sobre todas las cosas.
Desacostumbrado al juego mediático, y obligado por su rol de candidato, Choquehuanca, ha comenzado a ejercitar implacables tareas de posicionamiento político, explicitando, en primer lugar, la obligación de Evo Morales a rendir cuentas ante la Justicia y a buscar ayuda profesional en un psicólogo, debido a las acusaciones de estupro y pedofilia que pesan en su contra. Con serenidad quirúrgica, como si se tratara de un especialista experimentado en desempeños de quirófano, ningún militante del MAS-IPSP había cuestionado de manera tan dura y descarnada al líder del llamado Proceso de Cambio. Desde Buenos Aires, Evo decidió hacer mutis por el foro.
Conforme fue aceptando entrevistas en radio y televisión, el exnúmero uno de la política exterior boliviana continuó en su implacable ruta autocrítica: “De 20 reuniones que tenemos, en 19 nos dicen que el entorno de Evo no debe volver, que se cometieron demasiados errores que no debemos repetir”, dijo Choquehuanca, afirmación rematada por su compañero de binomio, Luis Arce Catacora, candidato presidencial que afirmó que si el MAS regresa al gobierno, les extenderá los salvoconductos a los asilados en la Embajada de México, dos de los cuales, Juan Ramón Quintana y Héctor Arce Zaconeta, pertenecen claramente a ese entorno que tendría responsabilidades en algunas decisiones erróneas que desembocaron en el golpe de Estado del 10 de noviembre de 2019.
David sabe que lucha contra Goliat. Que la presión norteamericana es enorme y la gobernabilidad del próximo gobierno depende en gran medida de la reinstalación de la lógica de los acuerdos entre fuerzas representativas que llegarán a la Asamblea Legislativa Plurinacional, y que en ese contexto los subestimados “compañeritos” a los que se tacha de “levantamanos” que nada más atinaban a asentir las órdenes que llegaban desde el Ejecutivo, deberán jugar un rol activo, más allá de las roscas o círculos aúlicos que suelen evitar que los grandes líderes se acerquen a la ventana para mirar el horizonte. Se trataría, y esta vez en serio, de empoderar lo indígena originario campesino en la institucionalidad del país.
Durante los 10 años en que fungió como primer canciller del Estado Plurinacional de Bolivia, Choquehuanca encabezó una tendencia del MAS, por algunos llamada pachamamista, caracterizada no precisamente por una tensión creativa, sino más bien por un asedio que concluyó con una intriga en la que terminó sindicado como aliado, “vendido a los gringos”, versión que en determinado momento Evo habría aceptado como cierta. Concluido abruptamente su tercer mandato, y con una clara diferencia de visiones entre renovadores y nostálgicos que añoran el retorno del caudillo de Orinoca, el MAS-IPSP está cerca de lograr la hazaña electoral de trascender a su líder histórico, certificando que efectivamente se había tratado de un proyecto colectivo capaz de superar los tiempos de un culto a la personalidad que contradice una vocación y un espíritu comunitario, transparentemente expresados en el discurso de su indígena candidato vicepresidencial.
Julio Peñaloza es periodista.