AGENCIA BOLIVIANA DE INFORMACION (ABI).- Bautizado por su jefe político como ‘El Bolas’, porque siempre optaba por la fuerza ante cualquier complicación, Arturo Murillo suele mentir sin sonrojarse, no muestra respeto ante la vida de otras personas ni sentimientos de culpa. Sin embargo, esa personalidad psicopática no es un hecho aislado. Su actitud de succionar a Bolivia, pero al mismo tiempo despreciarla (en términos del escritor Sergio Almaraz Paz), muestra un nuevo reciclaje de la corriente “olañetista”, esta vez con matices fascistas.
Arturo Carlos Murillo Prijic nació el 7 de diciembre de 1963. A sus 12 años ya acostumbraba a fumar, según contó él mismo en una entrevista con María Galindo en la que confesó que sentía “terror” por su madre, una mujer llegada de Croacia.
En esa entrevista, del 19 de diciembre de 2016, Murillo no supo nombrar cinco características de los hombres, pero calificó de “desviadas” a dos mujeres lesbianas que militaban entonces en su partido, Unidad Nacional, de Samuel Doria Medina.
No se le conocen estudios universitarios terminados, pero sí una afición por las carreras de autos, actividad que le dejó otro sobrenombre: el ‘Trompo Murillo’.
Donde sí tuvo éxito fue en la empresa privada: fundó el hotel Victoria en Villa Tunari y dirigió la Asociación de Hoteleros del Trópico de Cochabamba. En 2006 aceptó la invitación de Samuel Doria Medina para incursionar en la política.
Fue precisamente Doria Medina quien, en una conversación telefónica, mostró de cuerpo entero a Arturo Murillo: “O sea el Arturo es un bolas (…), le planteas un temita un poquito más complejo y sale con la fuerza, ¿no ve? O sea, no es novedad, así es”, dijo Doria Medina en el denominado “audio Jimena”, difundido el 30 de agosto de 2014.
Esa característica de buscar soluciones por la fuerza fue evidenciada durante las masacres de Senkata, Sacaba y Pedregal, ocurridas durante el gobierno de facto del cual fue su Ministro de Gobierno. El saldo fue de 36 personas asesinadas, más de 800 heridos, miles de perseguidos, encarcelados y torturados.
Al respecto, dijo que “meter bala sería lo políticamente correcto” para acabar con las protestas.
Sin embargo, Murillo nunca sintió culpa. Intentó esconder esas matanzas culpando a los manifestantes: “Muchos de los muertos que tenemos confirmados tienen tiros en la nuca, en la cabeza (…). ¿Cómo han podido recibir un tiro ahí?, ¿el compañero de atrás le disparó?”, dijo el 16 de noviembre de 2019.
Ni bien asumió el cargo de Ministro de Gobierno, anunció que saldría a cazar a sus adversarios políticos: “Vamos a ir a la cacería de Juan Ramón Quintana, Raúl García Linera y también de gente de las FARC, cubanos, venezolanos que han estado viviendo aquí”, dijo Murillo el 14 de noviembre de 2019.
Además de optar por salidas de fuerza y de amenazas, Murillo tiene posturas misóginas, es decir, de aversión y desprecio contra los derechos de las mujeres. Cuando se discutía en el Congreso un artículo del Sistema Penal que incluía el tema del aborto declaró: “Mátense ustedes, mátense las mujeres que dicen que quieren hacer lo que les da la gana con su cuerpo, háganlo, suicídense, pero no maten una vida ajena, no es su vida”.
Otro rasgo en la personalidad de Murillo es la mentira. En el programa con Galindo dijo que tenía su libreta de servicio militar auxiliar. Ese documento le permitió postular a la Alcaldía de Cochabamba y a cargos en el Legislativo. Sin embargo, luego se supo que falsificó ese documento, por lo que la juez del Tribunal Quinto de Sentencia de La Paz, Nancy Bustillos, determinó dos años de cárcel para el exministro.
La personalidad de Murillo, de no mostrar empatía por otra persona, remordimientos reducidos y un carácter más bien desinhibido, es propia de la psicopatía.
Según estudios de Skeem, J. L.; Polaschek, D. L. L.; Patrick, C. J.; Lilienfeld, S. O. (2011), la psicopatía se compone de tres rasgos principales: atrevimiento, desinhibición y mezquindad. Se sabe que los psicópatas tienen más dificultades para controlar sus impulsos y que su falta de empatía los lleva a utilizar a los demás en su beneficio.
Sin embargo, la personalidad psicopática de Murillo y su tendencia a salidas de fuerza no explican por sí solas su participación en las masacres de 2019 o el asalto que hizo, junto a una red, a los dineros estatales que fueron succionados, rumbo a EEUU, bajo el pretexto de comprar armamento no letal para la represión del pueblo boliviano.
Esas actitudes forman parte de una vieja corriente llamada “olañetismo”, es decir aquella engendrada por Casimiro Olañeta, que encarna a los terratenientes y dueños de minas que, después de servir a la monarquía hispana, fundó la República de Bolivia y usufructuó el sacrificio de miles de indígenas y mestizos que lucharon por la independencia.
Ese “olañetismo”, según Andrés Soliz Rada, se recicló en la oligarquía de la plata, en los “barones del estaño” y en los neoliberales. Esa corriente que se considera dueña de Bolivia, pero, al mismo tiempo, la desprecia, se manifiesta a través de Arturo Murillo.
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