La herencia de Karen Longaric y los retos para la política exterior boliviana

Por Fernando López Ariñez / CENAC.- La política exterior fue una de las primeras cuestiones en verse modificadas con la llegada de Jeanine Añez. La designación de Karen Longaric al mando de la Cancilleria trajo consigo el retorno de una diplomacia elitista, obediente e incapaz de pensar un rol diferente para Bolivia en el sistema internacional. El grupo liderado por la primera mujer al mando de esta cartera, lejos de proponer algo nuevo, prefirió refugiarse en antiguos diplomáticos y figuras como fueron Óscar Serrate, Jaime Aparicio, Julio Aliaga, Julio Alvarado, Erick Foronda entre otros, quienes a lo largo de su gestión -del todo menos transitoria-, buscaron desmontar los cambios producidos bajo el gobierno del ex presidente Evo Morales.

El despliegue de una diplomacia revanchista, ideologizada y obediente a intereses extranjeros trajo consigo una serie de hechos que mellaron el prestigio internacional del país. La expulsión de diplomáticos españoles y mexicanos, el rechazo a otorgar salvoconductos a ex autoridades, el constante hostigamiento a la residencia y la embajada de México, el ataque sistemático al presidente Alberto Fernández y su gobierno, la agresión a diplomáticos cubanos y venezolanos, la fallida candidatura de Longaric a la Secretaria General de la ALADI, la embestida contra el senador demócrata Bernie Sanders, el ataque a organizaciones que alertaron sobre la violación de los DDHH, la bochornosa intervención de Longaric ante el pleno del Parlamento Europeo y el impedimento en primera instancia al regreso de ciudadanos bolivianos residentes en Chile -ocasionó una crisis humanitaria en la frontera-, fueron algunos de los tantos hechos que marcaron la controversial gestión de Karen Longaric.

A esto hay que sumar la abrupta salida del país de organismos como la UNASUR, el ALBA, el Movimiento de Países No Alineados y una pérdida de protagonismo en la CELAC -luego de haber fungido como Presidencia Pro Témpore previo al golpe de Estado-. Entre tanto, la política exterior del gobierno de facto se alineó a los intereses de los EEUU, lo que llevó a retomar plenas relaciones diplomáticas -con el regreso de una embajadora estadounidense luego de mucho años-, y que se vio reflejado en el rápido apoyo a la candidatura de Claver Carone como primer presidente estadounidense del BID, el ingreso al Grupo de Lima, el cierre de las Embajadas de Bolivia en Irán y Nicaragua, el restablecimiento de relaciones diplomáticos con Israel, el apoyo a la reelección de Luis Almagro al frente de la OEA y el enfriamiento de las relaciones con China, Rusia y otros países históricamente cercanos al país.

Esto produjo una notable pérdida de protagonismo en espacios multilaterales, en especial en la Organización de Naciones Unidas donde Bolivia había obtenido grandes logros gracias a una diplomacia eficaz, soberana y con capacidad de negociación, que le permitieron al país ser sede del G77+ China (2014),  IV Cumbre del Foro de los Países Exportadores de Gas (2017), II Foro de las Civilizaciones Antiguas (2018), Conferencia Mundial de los Pueblos sobre Cambio Climático y Defensa de la Vida (2015), entre otros eventos. A su vez, Bolivia asumió por segunda vez la presidencia del Consejo de Seguridad de la ONU, una presidencia (2017) marcada por cinco temas prioritarios: aguas transfronterizas, el riesgo de minas antipersonales, la misión a Haití, la no proliferación de armas de destrucción masiva y el tema Palestina.

Cabe recordar, que las principales banderas de la política exterior durante la presidencia de Evo Morales fueron la defensa del multilateralismo, la difusión de la filosofía del Vivir Bien, la defensa de la hoja de la coca, la demanda marítima, el fortalecimiento de la diplomacia de los pueblos y un acelerado proceso de integración regional, que llevó a Bolivia a una mayor participación en ALBA, CELAC y UNASUR, y a la petición de ingreso al MERCOSUR (pendiente de aprobación por parte del congreso brasileño). A su vez, el país avanzó en la realización de cinco gabinetes binacionales con Perú y del primer gabinete binacional de la historia con Paraguay.

En el marco internacional, Bolivia se abrió espacio a través de un mayor acercamiento a potencias emergentes como China, Rusia e India, que incluyó  la visita de Morales en reiteradas ocasiones a China y Rusia, como también la primera visita de un presidente indio a Bolivia, que permitieron al país la apertura de nuevos mercados y la posibilidad de llevar a cabo asociaciones en beneficio de proyectos estratégicos para la economía boliviana. También, hay que destacar el acercamiento a Irán y Turquía, que ampliaron la red de relaciones comerciales y de cooperación del país y se sumaron a las que se tienen con históricos socios como la Unión Europea, Japón, entre otros.

Sin duda, la gestión de Morales le permitió a Bolivia expandir su diplomacia y estrechar lazos con nuevos socios, pero dicho proceso se vio interrumpido por el cambio abrupto de la política exterior y el aislamiento elegido por el gobierno de facto. En ese contexto, la nueva gestión de la Cancillería asume el reto de encauzar una política exterior extraviada y vaciada de objetivos. Es por eso, que el país deberá retomar una política exterior soberana y pragmática que le devuelva la iniciativa en foros y espacios multilaterales. A su vez, la pandemia exigirá una mayor celeridad para avanzar en el intercambio de experiencia en el tratamiento del Covid-19, el fortalecimiento de los mecanismos regionales en temas sanitarios y la adquisición de las vacunas.

Asimismo, la relación estratégica con Argentina y México permitirá un trabajo conjunto en espacios regionales, donde el pleno ingreso al MERCOSUR y un mayor dinamismo en la CELAC serán objetivos a perseguir. De igual manera, Bolivia deberá retomar el principio de no intervención en asuntos internos de otros países, opuesto a lo sucedido con el ingreso al Grupo de Lima, donde el país contribuyó al hostigamiento a Venezuela, o a la complicidad con Luis Almagro para hostigar a Cuba y Nicaragua y en la OEA. En ese sentido, el país deberá construir una política exterior de integración y no de antagonismos, y en ese marco retomar las agendas comunes con Colombia, Cuba, Ecuador, Uruguay entre otros, como también retomar los gabinetes binacionales con Perú y Paraguay, Por otro lado, se debe avanzar en un nuevo relacionamiento con Brasil -pese al apoyo de Bolsonaro al gobierno de facto- y con Chile que atraviesa un proceso constituyente y que puede abrir una nueva etapa entre el vínculo de los países.

En el plano comercial, el país deberá retomar un mayor contacto con actores relevantes como son la UE, China, Rusia, India, entre otros, para la creación de nuevas asociaciones que permitan llevar adelante proyectos relevantes para el desarrollo como son la industrialización del litio y el hierro, el avance científico-tecnológico y la realización de grandes proyectos energéticos y de infraestructura. También, deberá tener en cuenta el cambio de gobierno en los EEUU, como también la ampliación de sus representaciones diplomáticas en otros países asiáticos de gran crecimiento económico en el último tiempo, y de la misma manera trazar puentes de acercamiento con África donde el país solo tiene una representación y en Oceanía donde no se tiene ninguna.

Para eso, el país tendrá la difícil misión de reconstruir en estos años una diplomacia basada en la complementariedad, la dignidad y la soberanía, recuperar el prestigio internacional perdido, revertir el daño a la institucionalidad de la Cancillería y dar por finalizada una diplomacia que estuvo conducida bajo el precepto “Bolivia, país pobre y pequeño”, y que bajo la conducción de Longaric nos llevó a uno de los periodos más oscuros y sumisos de la política exterior del último tiempo.

*Por Fernando López Ariñez. Politólogo boliviano / Twitter: @ferlopezarinez

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