Por César Navarro Miranda / LA RAZON.- La identidad, como tiempo constitutivo del presente, fue la nacionalización y la Asamblea Constituyente. Su construcción se desarrolló por la periferia de lo político, de lo académico, de los intelectuales clasemedieros, es decir no se consideraba agenda política para el establishment neoliberal colonial, incluso para ciertos sectores progresistas.
El valor histórico es la constitución en la subjetivad de lo nacional popular como sentido común histórico como horizonte, ya no se percibía como demanda hacia el gobierno, superaron ese límite, sino como interpelación al tipo de Estado colonial republicano y al modelo de gobierno neoliberal. La interpelación hecha como sujeto político implica la constatación de que es el tiempo no de reformas o de ampliación de derechos, sino de transformaciones, pero en primera persona, es decir ya no se delega la titularidad de la transformación, sino se ejerce esa condición de liderazgo.
El sujeto constituido tiene identidad como construcción social, cultural e histórica, es el sentido fundacional del tiempo que vivimos. Lo que aparentemente era una consiga electoral en 2002, “somos pueblo, somos MAS” y “votar por nosotros mismos”, era la autoconciencia como posibilidad de triunfo democrático, ejercicio de poder político y liderato en la transformación estructural.
Las derechas coloniales, autoconsideradas criollas y mestizas social e ideológicamente, fueron derrotadas antes del momento electoral. Ese momento —las elecciones— fue solo la constatación fáctica de la democracia representativa, julio de 2002 fue el anuncio del pututo originario, Evo y El Mallku sientan soberanía electoral sobre sus territorios; diciembre de 2005 no es el triunfo electoral, es la inauguración estatal del nuevo tiempo político, donde lo nacional popular con un liderazgo sindical, cocalero, campesino, antiimperialista y anticolonial asume el reto no como utopía, sino como realidad de este tiempo; Evo, lo indígena, sintetizan ese tiempo indefinido en la historia.
Para bloquear el sentido del tiempo, las derechas señoriales, raciales y capitalistas atrincheradas regionalmente en el oriente, asumen la cruceñidad como identidad superior frente al “otro”. El “otro” es el cruceño de nacimiento pero de ascendencia colla o valluna y los otros ocho departamentos; pero el “otro” no es el migrante extranjero, ese es el privilegiado para ser propietario de millones de hectáreas, de empresas, universidades, medios de comunicación y también propietario- dirigente exclusivo de las empresas regionales de agua, de energía, de telefonía, propietarios de la CAO, Cainco, Fexpocruz, con esa plataforma son los únicos líderes habilitados para dirigir el Comité Cívico; este bloque que era el beneficiario y aliado del centralismo estatal en dictadura y democracia, quiso bloquear la Asamblea Constituyente imponiendo el sentido colonial y racial de la autonomía sobre el país, fue derrotado en las urnas y en el ideario nacional.
Su venganza histórica la sentimos en 2019. Su violencia política, social, racial, bajo la aureola religiosa y con el auspicio de la Unión Europea, la OEA y gringolandia llegaron al poder vía el golpe, no como horizonte, sino como ambición, sanción contra lo nacional popular. Estas élites nunca fueron mayoría democrática, se consideraban mayoría como suma de minorías electorales y políticas, pero cuando se le dio al pueblo la facultad ya no solo de votar sino de elegir a su principal autoridad política nacional, ahí las derechas constataron que eran minoría electoral, por eso que la violencia es su forma más efectiva de comunicación política.
Uno de los grandes derrotados y sancionados moral e intelectualmente es Carlos Mesa, autoconsiderado a sí mismo como la voz y la imagen del gonismo en la década de los años 90, como la fuerza urbana en 2002 y la única opción de las derechas en 2019, que no solo que nunca ganó una elección, sino que fue vicepresidente con apenas el 22% y presidente de la República porque decidió ocultarse —como siempre— en octubre de 2003. Hoy sale a los medios con el ímpetu de su voz a sancionar, descalificar la nacionalización y al expresidente indígena.
Usa el adjetivo descalificativo aparentemente como categoría para referirse a la nacionalización y a Evo, lo que se constata es que en Mesa, al igual que en las derechas clasemedieras, lo que aflora es su frustración generacional, porque saben que su único límite posible es hacer lo que mejor saben hacer; en Mesa la demagogia discursiva, en Camacho y en los desertores, resentidos y traidores, incentivar la violencia racial y social.
La respuesta desde lo nacional popular es la gestión pública positiva, el campeonato futbolero internacional en el Trópico, la unidad de los líderes y del bloque popular y seguir construyendo el horizonte.
César Navarro Miranda es exministro, escritor con el corazón y la cabeza en la izquierda.