Calvo, recordemos, dijo que los mencionados campesinos eran “bestias humanas”. Repitió así la descripción racista más antigua que haya recibido un indígena americano. Apenas conoció a los antillanos, Colón los llamó igual: “gentes bestiales”.
En ambos casos se trata, como es obvio, de un oximoron, empleado para rebajar la dignidad de los seres que retrata. “Parecen humanos”, se afirma, “pero en realidad no lo son”; sus cuerpos son antropomorfos pero están vacíos y resultan, entonces, de algún modo, fraudulentos.
Cuestionado por su dicho, Calvo se ratificó: Explicó que buscando en el diccionario encontró que “bestia” significa “sin racionalidad”, y que los campesinos a los que había aludido no la tenían. Ergo, eran infrahumanos; ergo, estaban en condición de inferioridad respecto del propio Calvo y, en general, de la especie común. Hay gente bestial (los otros) y gente normal (nosotros). Como es natural, la gente bestial va por ahí en formación de “hordas”.
El racismo colombino asentaba su presunción de la inferioridad indígena en la ignorancia de la cultura —y, sobre todo, de la religión— europeas. Mucho después, a fines del siglo XIX, aquella se justificaría por supuestas deficiencias biológicas.
Esta primera forma del racismo de Calvo es un eco del de otros cruceños mucho más célebres. En la vena del “racismo científico”, Gabriel René Moreno escribió en 1880: “Es (la cruceña) la única población boliviana que no habla ni ha hablado nunca sino castellano; ha sido también la única de pura raza española… La plebe guardaba ojeriza al ‘colla’ (altoperuano), al ‘camba’ (castas guaraníes de las provincias departamentales y del Beni) y al ‘portugués’ (brasileño fronterizo y casi todos mulatos o zambos). De aquí el artículo inviolable de doctrina popular cruceña: ‘Los enemigos del alma son tres: colla, camba y portugués’”.
Para Moreno “camba” era todavía sinónimo de indígena. Esta equivalencia cambiaría en los años 50 del siglo XX, después de la Revolución Nacional. Tanto en Santa Cruz como en el resto del país se intentaría superar —o al menos recubrir— las diferencias raciales con la invención y exaltación del “mestizo”. Por cierto, este no era un mestizo racial —Dios nos librara de tal engendro—, sino asépticamente cultural.
El mestizo cruceño mezclaba la tradición española con elementos guaraníes (por ejemplo, la lucha de este pueblo contra los centros andinos del Estado) sin perder la condición racial de la que tan orgulloso estaba Moreno. Era, entonces, un “mestizo blanco” que vestía ropas campesinas. Y que se llamaba “camba”.
Esta construcción no solo era necesaria para que la ideología de la élite procesara el descrédito del racismo cientifico después de la Segunda Guerra Mundial y la Revolución, sino para resolver las consecuencias de la incorporación de Santa Cruz a la economía nacional (1954): La “invasión” de los inmigrantes collas y el inicio de la pugna con La Paz por la orientación del desarrollo nacional.
La invención del camba fue más exitosa que la del mestizo occidental. Al crear la antinomia camba-colla, permitió que la élite tradicional cruceña continuara dirigiendo la sociedad regional sin muchos desafíos desde abajo. El regionalismo cohesionó a los “cambas” detrás de sus tradicionales conductores. Por diferentes razones históricas e idiosincráticas, esta élite pudo imponer un orden que a la vez era férreo (las críticas contaban como “traiciones”) y popular.
En este marco surgió el segundo tipo de racismo cruceño. Este opone “lo camba”, entidad racial y cultural superior, dueña de la tierra, del “modelo económico” y de los derechos políticos, a “lo colla”, que es sinónimo de lo feo, lo sucio, lo conflictivo y lo “bestial”, en suma, lo indio de Santa Cruz y del país.
Para el regionalismo racista, el colla es “colado” en fiesta ajena. Debe respetar a los verdaderos dueños de la “tierra que les abre los brazos”, no “morder su mano” o, de lo contrario, será expulsado. En palabras de Calvo, “pagará la tamaña afrenta”.
En su doble forma, el racismo cruceño ha sido un muy funcional y efectivo mecanismo de domino. Por eso Calvo no tuvo que retractarse ni nadie lo cuestionó seriamente en su Departamento. Al mismo tiempo, imposibilita la aspiración de la élite cruceña a dirigir el país, esto es, también a las regiones collas.
Fernando Molina es periodista.
https://www.la-razon.com/voces/2020/09/06/dos-tipos-de-racismo-cruceno/
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