Por Oscar Silva / AHORA EL PUEBLO.- Cuando en noviembre de 2019, comedidamente, la senadora Añez atendió la llamada telefónica de Tuto Quiroga y sus compinches ofreciéndole asumir de inmediato la presidencia del Estado; cuando abordó el avión que la fue a recoger a Trinidad para traerla a la sede de gobierno con el mismo objetivo o cuando se prestó a dejarse colocar la banda presidencial de manos de los militares que tomaron el palacio de gobierno al asalto, seguramente no se imaginó que poco después de concluir su aventura presidencial, de haber tocado el cielo con las manos, esas manos que sostenían la biblia y que invocaban todo el tiempo la voluntad de su dios, iba a terminar recluida en una cárcel pública aguardando el veredicto de la justicia por los delitos que cometió en su corto paso por la gloria.
No tengo evidencia, pero tampoco ninguna duda, de que nadie la obligó, con un arma en la sien, ni la amenazaron con la seguridad o la vida de su familia o sus bienes si no aceptaba ser la cabeza visible de la asonada golpista, diseñada desde la embajada gringa, en coordinación con los aparatos de inteligencia brasileños y argentinos, y ejecutada de manera obediente y sumisa por policías y militares de la mano de los viejos líderes de la derecha opositora.
Entró sonriente a palacio, salió a los balcones para mostrarse como la presidenta que seguramente algún día soñó ser en sus trajines políticos de los veinte años pasados, con sus mejores galas, con la hija al lado y su séquito de aprovechadores delincuentes que se relamían pensando en cómo desfalcarían el Estado.
Aun cuando pensaba y lo manifestaba, con mucho rigor lógico, que todo lo que sube baja, no podríamos decir que ignoraba que lo que estaba haciendo y lo que sucedía en el país en aquellos momentos, no por nada ostenta el titulo de abogada, lo cual nos hace suponer que tenía clara conciencia de la ilegalidad de sus actos o, cuando menos, conocimiento de que así era.
Por todo ello, suena gracioso, cuando no ridículo, que hoy pretenda, epístolas de por medio, hacerse la víctima de la persecución de un gobierno democráticamente elegido, reclamar por el respeto de sus derechos, reclamar inocencia, cuando ella y sus socios del asalto y desfalco al gobierno y al Estado, fueron quienes precisamente persiguieron ciudadanos por solo discrepar políticamente, por haber trabajado en el anterior gobierno o por expresarse públicamente en contra del golpe. Encarcelaron gente sin ningún proceso, persiguieron ciudadanos por razones estrictamente políticas, allanaron domicilios y saquearon propiedades privadas.
Asesinaron a mansalva a gente indefensa, en Sacaba y Senkata, atenidos a la fuerza militar y policial que la tenían comprada, pretendiendo hacernos creer que había habido enfrentamiento. Los presos de su gobierno no tuvieron celdas privadas, no tuvieron preferencias con relación al resto de la población penitenciaria, ni tuvieron acceso a los medios de comunicación, menos a las redes sociales, ni siquiera al papel y al lápiz para escribir cartas.
Tarde llegan los pesares, decía mi abuela y tenía mucha razón. Cuando las cosas no se hacen de la forma correcta, cuando se abusa del pueblo, cuando se violenta sus derechos, su paz, su vida y su democracia, no hay pero que valga. No es venganza, es justicia. Sus lamentos no van a conmover a los bolivianos y bolivianas. Usted sabía perfectamente lo que hacía, que sus cómplices la hayan abandonado, que hubiesen huido cobardemente del país, es asunto vuestro. Pero por favor, señora, usted sabía perfectamente lo que hacia y en lo que se metía. Ahora hágase cargo.
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