Votar bien

Por José Luis Exeni / LA RAZON.- El consagrado escritor peruano Mario Vargas Llosa —a la sazón fracasado candidato presidencial de su país—, se animó a decir algo que los suyos callan, a veces murmuran, creen sin matices, desean intensamente. Para Vargas Llosa, lo importante en unas elecciones “no es que haya libertad, sino votar bien”. Como algunos países latinoamericanos “votan mal” (sic), el castigo consecuente es terrible: “lo pagan caro”. De la democracia, pues, hemos transitado a la “benecracia”. Qué tal.

Hasta ahora creíamos que lo fundamental en democracia es que los comicios sean plurales, transparentes y competitivos; acordes al principio de certeza en las reglas, incertidumbre en el resultado; con deliberación programática y alta participación ciudadana; voto libre e informado, no bajo presión o amenaza; en fin, con aceptación de la voluntad ciudadana expresada en las urnas. Para los varguitas nada de eso es “lo importante”. El nuevo canon es el bien votar.

La cuestión por dilucidar es qué significa votar bien/votar mal. Don Mario no fue explícito al respecto en la Convención del derechista Partido Popular, en España, donde lanzó el mandato. Pero viendo su experiencia, se entiende. En las recientes elecciones peruanas, votar bien hubiera sido elegir a Keiko Fujimori. Hace 30 años, votar mal fue optar por Alberto Fujimori. En ambos casos Vargas Llosa estuvo entre los derrotados. Votar bien es votar lo que él diga.

Claro que la apelación de Vargas Llosa no es nueva, ni mucho menos. La idea del votar bien está en la base del voto calificado (restringido). ¿Quiénes “votaban bien” en Bolivia desde su fundación en 1825 hasta la Revolución del 52? El derecho era de los letrados, que acreditaban propiedad o renta. Las mujeres votaron por primera vez en elecciones municipales entre 1947 y 1949. Lo hicieron a prueba: si votaban mal, perdían el derecho. Los indios votaron recién en 1956.

Ahora, cuando para los varguitas sería políticamente incorrecto dar marcha atrás en el voto universal (bien que quisieran una democracia censitaria), cuando la premisa del voto en libertad es incuestionable, cuando la narrativa del “fraude monumental” no impide ganar elecciones a los que votan mal, se pone en cuestión el ejercicio del voto. “Los latinoamericanos saldrán de la crisis cuando descubran que han votado mal”, esto es, cuando giren a la derecha.

En el referéndum del gas de 2004, un letrado dijo que el voto de un campesino no podía valer lo mismo que el de un ingeniero, que “los rurales votaban mal”. Como desde entonces estos señores se han especializado en perder, exigen a los descarriados votar bien: por ellos. Y así les va. Sigan, sigan participando.

FadoCracia trapera

1. Cría calvos y te sacarán los ojos. ¿O eran cuervos? ¿Y trapos? Las ingratitudes dan para todo. 2. “Es una falta de respeto, gente malagradecida que viene a esta tierra que les da de comer, no sean cuervos”, vociferó Rómulo sobre el wiphalazo en Santa Cruz. 3. Ya lo habíamos oído, en versión sucrense, por boca de Horacio: “Hay que ser malnacido para votar por los verdugos de tu tierra”. 4. Mi tierra/tu tierra. Mi tierra, erra, erra. “Mi tierra no es su tierra, arrimados de porquería”, advierten los hospitalarios traperos de sangre verde-azul. Denles el premio Sájarov. 5. Volvamos a Rómulo: “Un trapo no hace nada, un trapo no nos representa”, gruñe ante la wiphala. Le faltan pelos en la lengua, le sobran pelos de tonto. 6. Aclaración: “Han sacado de contexto las declaraciones del presidente del Comité pro Santa Cruz”. Ah, el contexto, parece bestia humana. 7. Unos morenitos reaccionan rápido con denuncias por agravio, racismo y discriminación. “El único trapo son sus calzoncillos”, asegura un ministro. Gran nivel. 8. “Puñalada trapera siempre me has de asestar / Puñalada trapera es tu sonrisa fatal”, canta el gran Jaime López. 9. Y sí: que venga el tercer round.

José Luis Exeni Rodríguez es politólogo.

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