La trama del fascista boliviano, por Martín Moreira

ABI.- Hoy eliminé a un fascista. Estaba metido en mí, en casa lo encontré llenando de odio a mis hermanos. Lo encontré despreciando los colores del arcoíris, que son como los colores de la gente, de su naturaleza y de su integridad. Este individuo rondaba con una tijera por el jardín y pintaba todo de gris cuando su boca abría. Es nuestra labor aislar a los fascistas y dejarlos consumir por su mismo odio.

Es necesario comprender esta nueva coyuntura política después de haber vivido un “gobierno de transición”, que se quedó en el poder utilizando la fuerza y una construcción política sesgada por la irracionalidad y el fanatismo. Asimismo, después de ver a los sobrevivientes de este episodio vergonzoso de la historia del país que desean escapar de la justicia, como el presidente del comité de la junta de fanáticos regionalistas y representante del “civismo” de una cofradía de dueños de la tierra quien, en sus discursos, trata a los migrantes como “bestias” que deben obedecer a un patrón.

En esos discursos olvida que esas “bestias”, que no reconoce como seres humanos, hicieron crecer su región, la pintaron con diversidad de colores y la impulsaron hasta lo que es hoy, un centro de bienestar que se volvió su hogar.

Este personaje fue labrado por el odio hacia el otro, mientras era acunado por la holgura de 14 años de estabilidad económica. Se benefició en ese tiempo con políticas sociales, como la subvención a los hidrocarburos y la solidez del cambio de moneda. Este, que en sus discursos grita eufórico “no muerdan la mano del que les da de comer”, muerde y repudia a los que hicieron crecer su rancho, participa de manera eufórica en el golpe y encubre a los causantes de muerte y hambre.

Este nefasto incuba la locura de Hitler y encamina el delirio de la multitud que lo sigue hacia el terror de una confrontación entre bolivianos. Este se inclina servil a los favores fascistas, utilizando a un grupo de indígenas que marcharon para ser cobijados por los latifundistas, los que ahora enarbolan la bandera de “Tierra y Territorio”, con discursos de que la tierra es de todos. Pero, en la realidad oriental, es de unos cuantos. Esos pocos utilizan el símbolo de la diversidad de la gente de tierras bajas para provocar caos, mientras se benefician con el dolor y el hambre del pueblo.

Estamos de frente a una coyuntura donde la pugna política es cumplir la justicia para las víctimas del terrorismo de Estado, aplicado por el “gobierno de transición”, apoyado por comités dirigidos por extremistas como ese médico cruceño. Este, en sus intervenciones públicas busca la confrontación para proteger a las logias beneficiadas en el gobierno de Áñez. El favor de $us 300 millones fue para un pequeño sector del agro, casualmente dueño del 90% de las tierras y comandado por el expropietario de la Laguna Corazón.

Cuando estaban en el poder, detrás de la Biblia de Áñez, no dieron ni un centavo para quienes ahora marchan, porque no les importaba. Los indígenas no eran útiles para el fascismo que mancha a Bolivia y a la región. Por eso es tan inminente ser fuertes frente a esta ola de racistas y odiadores de las raíces, que se apoyan en la religión convertida en significante de campañas políticas, incluso de golpes de Estado. Así la política bíblica se instrumentaliza para legitimar gobiernos antidemocráticos y autoritarios.

Este cívico se apoya en el pueblo como una muletilla de democracia e igualdad entre hermanos, pero “solo en su potrero” –como se dice en Oriente–. Por otra parte, quiere decidir quién entra a la casa del patrón o quién se queda limpiando en el establo. Su grupo utiliza a la religión y a Jesús, quien dio su vida por los pobres, para una política violenta que discrimina al diferente. A estos personajes tenemos que dejarlos sin voz y empezar a construir un país basado en la empatía y no en el desprecio al otro.

Martín Moreira / Agencia Boliviana de Información
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