La guerra por desnaturalizar la verdad histórica de los hechos

Por Luis Oporto Ordóñez /AHORA EL PUEBLO.- La prensa ha desencadenado una guerra sin cuartel para el triple fin de reconstruir la veracidad de los hechos, moldear la opinión pública y tratar de imponer una visión sesgada de la verdad.

El informe del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes, solicitado por la presidenta de transición, Jeanine Añez, luego de rechazar el primer informe de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, se encuentra en el fuego cruzado de la guerra de medios que libran una batalla épica por imponer o desnaturalizar la verdad histórica de los hechos.

En el fragor del combate mediático, el periódico estatal Ahora El Pueblo ha ido publicando de manera sistemática testimonios de las víctimas de las masacres, desde su primera edición y por ello encarna una de las partes en esa batalla sin cuartel. La Razón constituye un bastión en una solitaria lucha diaria para registrar con independencia e imparcialidad, los hechos desde el derrocamiento del presidente Evo Morales hasta el presente.

Al frente está la otra prensa, poderosa, sostenida por la empresa privada, que sostiene un frente de batalla para imponer su propia verdad, aquella que protagonizó los hechos de octubre y noviembre, con el fin político de derrocar al gobierno constitucional de Evo Morales.

CARÁCTER DE CLASE DE LA PRENSA

En conjunto, todos esos medios dejan un preciado legado: documentar de manera minuciosa los acontecimientos luctuosos del 15 y 19 de noviembre de 2019, que dejó el saldo de 37 ciudadanos asesinados en lo que el GIEI denominó “masacre” y “ejecuciones extrajudiciales sumarias”, que constituyen delitos de lesa humanidad. Huayllani, Senkata, El Pedregal dejaron regueros de sangre indígena y de gente del pueblo, acribillados por fuerzas de represión, amparados en un decreto anticonstitucional, el fatídico DS 4078, que les otorgaba inmunidad penal.

Ese carácter de clase de la prensa impresa se remonta a sus orígenes, como podemos ver en este breve artículo que es el preámbulo de una obra que está en prensa y que analiza el papel del periodismo oficialista y estatal en la historia nacional (1825-2020).

En general, de acuerdo con la teoría comunicacional, “tres objetivos animan principalmente la emisión de mensajes: impartir conocimientos, forjar o transformar actitudes y provocar comportamientos, con menor intensidad, brindar recreación”, como afirma Luis Ramiro Beltrán en su obra Bolívar, el gran comunicador (1998).

Por su parte, Erick Torrico, en su obra La comunicación desde la democracia (1995) afirma que el periodismo es una “actividad organizada de información, opinión e interpretación noticiosa que no se puede desvincular de los hechos sociales”, pero llaman la atención del hecho que “toda información se hace siempre desde un punto de vista parcial y parcelario”, es decir que el periodismo “responde a determinados intereses (de sus fuentes, de sus operadores semánticos, de sus controladores)”.

PODEROSO INSTRUMENTO

La prensa, como otros medios de comunicación social, busca determinados objetivos, históricamente determinados. Es el más poderoso instrumento que ha creado la humanidad para informar (o desinformar) sobre la vida social, política, cultural y económica de la sociedad. Es, a la vez, el más poderoso instrumento que se utiliza para ensalzar o deponer gobiernos. Es un grupo, una élite, que domina el mundo total.

La prensa tiene un lugar preponderante en la historia del pensamiento y de las ideas. En sus talleres se han impreso las páginas más dramáticas de la historia política del país, las más bellas crónicas del desarrollo urbano de las ciudades, así como noticias del mundo rural, y con especial deleite han registrado la vida social de sus habitantes.

En sus suplementos especializados, el talento de la élite o intelligentsia criolla ha explayado sus ensayos de interpretación histórica, política, social y económica del proceso local, departamental o nacional, cargados de simpatías, antipatías y prejuicios. Notables escritores, nóveles y consagrados, han difundido su creación literaria en forma de canto o poema, cuento o novela corta desde sus páginas, con un destinatario único: el ciudadano instruido.

A través de la prensa, esa élite implementa el proyecto político de construcción de una esfera pública: Los letrados de la región, además de ser hombres de Estado o burócratas, abogados, políticos o historiadores, también eran poetas y escribían ficción; apoyaban y promovían los proyectos de Estado colonial y, después de la independencia, el establecimiento la consolidación de las nuevas repúblicas.

Básicamente el mismo grupo de autores-políticos, los mismos individuos, escribieron las constituciones de los nuevos países, sus leyes e historias nacionales, la poesía patriótica y las novelas nacionales que describirían las hazañas de muchos héroes patrios y otros mitos fundacionales. Sus textos, de ficción o no, contenían reflexiones sobre el bien común los ideales que apoyaban distintos proyectos nacionales (F. Unzueta, Cultura letrada y proyectos nacionales. Periódicos y literatura en Bolivia (siglo XIX) 2018.

MOLDEAN LA OPINIÓN PÚBLICA

El Libertador Simón Bolívar, al planear una patria grande y poderosa para enfrentar a nuevos imperios que asomaban la cabeza al ver caído al león ibérico, vio más que en la fuerza de las armas victoriosas a la prensa como el canal ideal para su propósito.

En aquella época heroica, le asignaba a la prensa cuatro roles fundamentales: a) forjar el sentimiento de patriotismo en la colectividad, b) dar al pueblo educación cívica, c) propiciar la unidad hispanoamericana y generalizar la guerra revolucionaria, d) vincular al movimiento emancipatorio americano con los principales países del mundo, y e) fiscalizar la conducta gubernamental y en particular la moral pública (Beltrán, ya citado).

En esa época de formación del Estado nacional, la prensa cumple con postulados esenciales: popularizan el recientemente inventado nombre de “Bolivia”, inscriben el amplio territorio del país en gacetas enfocadas y publicadas en centros urbanos y promueven ideales nacionales de diversas formas. Más allá del carácter efímero de muchas de estas hojas, y de las peleas entre ellas, la prensa fue en esta época el principal vehículo de la imaginación nacional, y el nacionalismo una de sus características dominantes (Unzueta, 2018: 14).

Es decir, a través de la prensa, se desarrolla tanto el discurso literario como el discurso de una esfera pública incipiente (u opinión) pública, que “se refiere al espacio social donde los individuos (…) pueden formar la opinión pública y de esta manera mediar entre la sociedad civil y el Estado”, que a su vez —parafraseando a Geofey Eley— propicia “el surgimiento de la nacionalidad (esto es, el desarrollo de un público para el discurso nacionalista)”. (Unzueta, 2018: 12).

Los roles de la prensa responden a condicionantes históricos como se observa en los propósitos de Bolívar, muy diferentes a la teoría y la praxis actual. La prensa ha sido una palestra para medir fuerzas de sectores adversarios, en el objetivo de generar o moldear una opinión pública proclive a sus fines.

VOCEROS DE GRUPOS DE PODER

Históricamente, los periódicos han sido pro-oficialistas u opositores, salvo raros ejemplos de imparcialidad plena o independencia. Sus directores han optado por una línea de acción coincidente con intereses de grupo o clase, en la que la mayoría de los medios impresos ha decidido actuar como vocero de grupos de poder que amplifican generosamente sus planteamientos o combaten al esquema de gobierno de ideales adversos.

Si los medios son oficialistas, las noticias, opiniones, cifras y datos favorecerán siempre al gobierno; por ello la información que recogen, analizan, comentan y difunden, suelen ser sesgadas, mediatizadas, desestimadas o parcializadas, en el propósito de mostrar aspectos positivos de una gestión de gobierno.

Si son opositores, los medios generan una dura y ácida crítica sobre las acciones y logros del partido en función de gobierno, en busca de su descalificación y para ello emplearán un arsenal de datos e informes extraídos de la intimidad misma del ser social, con base en “encuestas de opinión”, generalmente distorsionadas, extrapoladas o sacadas de su contexto, todo para defenestrar al enemigo de circunstancias ante la opinión pública.

Sin embargo, los periódicos tienen una responsabilidad histórica, que no se percibe a simple vista pues cada edición que sale de las prensas no se hace con un fin historicista, sino más bien con el doble objetivo de informar (o desinformar) a la comunidad y moldear una opinión pública específica.

Una fuente esencial

Los periódicos tienen una responsabilidad histórica que emerge con el paso del tiempo y está al margen de la voluntad del propietario, director del medio, redactores o periodistas que recogieron la nota del campo de acción. Es el momento en el que la noticia, la nota de opinión, el mensaje, la crónica adquieren la calidad de testimonio de una época, de un hecho, de una acción de gobierno y de la sociedad civil.

La historia, en su misión de reconstruir y analizar críticamente el pasado, contrasta las fuentes y expresa su juicio implacable que tiene la virtud de develar y exponer la naturaleza de los intereses de grupo en una determinada coyuntura a los que respondió un medio de comunicación social y cómo sus actores registraron los hechos en una determinada coyuntura. Por esa responsabilidad histórica, la prensa se convierte en el fiel de la balanza y por ello es una fuente esencial para la reconstrucción del pasado y su conexión con el presente.

Al margen de la batalla mediática que hemos señalado al principio, las diversas fuentes permitirán conocer el desarrollo de los acontecimientos, sin que puedan esconder las reales motivaciones, los hechos acaecidos y las consecuencias que han provocado los actores sociales. La verdad histórica de los hechos emerge con fuerza a la luz del análisis de la información.

(*) Luis Oporto Ordóñez es historiador (UMSA) y presidente de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia.

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