El rey Arturo

Por Claudia Benavente / LA RAZON.- El anuncio de la detención del exministro Murillo en el vientre mismo de Estados Unidos fue la explosión de los verdaderos gases lacrimógenos, de esos que nos hacen llorar desde el pecho porque la pena no es el “cochabambino querendón” sino la interrogante sobre todo un sistema gubernamental que representó la esperanza para un pedazo grande de Bolivia.

Murillo, sus parientes, sus amigotes cochabambinos, los intermediarios, los sobornos, las alertas del sistema financiero norteamericano y una investigación de muchos meses que comienza a mostrar resultados en el gobierno de Arce ante las caras sorprendidas de ciudadanos, autoridades e investigadores bolivianos, perfora un año y pone en cuestión un sistema de creencias de la oposición al mundo masista como pone a prueba la solidez de un Estado al que le cayó este pez gordo sobre la cabeza.

Si el rey Arturo era detenido en Bolivia, iba a entonarse el canto de la persecución política, pero como el chef fue norteamericano, todos nos comimos esa verdad y a partir de ahí la ruta de este gas pimienta de la verdad, de las lágrimas, del lamento y del “yo no fui” tomó rumbos diferenciados.

Por un lado están los adversarios políticos, hoy sentados nuevamente en el poder y con la legitimidad del 55,1 por ciento de los votos, que salen airosos con la bandera de esta derrota para el gobierno transitorio de Áñez y con ella envuelven a todo el sistema gubernamental que usó los símbolos del movimiento “pitita” para gobernar y quieren cubrir con el manto de la corrupción desnudada (y el conocido abuso de poder del rey de las esposas) todo lo que se movió bajo la A de Áñez. Falta ver, sin embargo, hasta dónde llegan realmente los tentáculos de la fiesta de este representante del piquemacho que nos encerró en la cuarentena para cuidarnos de la pandemia (con la voz de madre de Jeanine) mientras él y los amigos robaban lo que entraba en sus bolsillos y lo que su astucia alcanzaba. Ya se puso la lupa en el gabinete: Lopéz es el primero de la fila y pondrá bajo examen a nuestro enorme vecino brasileño; Longaric ya dijo que lamenta la corrupción, que una no firma decretos para que se delinca, que el nombramiento de la hermana de Murillo como cónsul en Miami fue una instrucción (en su momento dijo que la cónsul sí estaba preparada para el cargo) y que conoció a Áñez el día de su posesión. Justiniano también deplora el hecho y revela hoy los abusos de poder del gobierno añista. A Ortiz le conocemos sus desacuerdos con Arturo cuando coincidían en los pasillos del poder. La titular de comunicación, Roxana Lizárraga, ya había contado cómo se refería Arturo a “unos cuantos muertos” en los momentos más dramáticos de su gobierno. Y así, las principales cabezas del momento hoy lamentan la corrupción y se declaran lejanos del rey cazador. Lo propio con el salón de retratos de los actores políticos, religiosos, mediáticos y extranjeros que apoyaron el ascenso de Áñez. Habrá que demostrar madurez y capacidad de los actuales poderes del Estado para evitar la cacería a ciegas sin abandonar la firmeza y rigurosidad en identificar las responsabilidades. Sobrevuela la mariposa de la duda.

Debajo de estos dos campos políticos, están los otros dos campos. El campo de todos aquellos que sintieron indignación con la última postulación de Evo Morales; los que sí creyeron en el fraude monumental y se sintieron nuevamente engañados y salieron genuinamente a defender el retorno de su democracia, así sea golpeando las puertas de los militares en sus versiones más radicales. Creyeron en un gobierno que garantice los derechos, en una propuesta más justa que la que puso sobre la mesa el MAS durante los catorce años. Muchísimos no recibieron nada a cambio para salir a las calles a arriesgarse para un futuro mejor, no ocuparon cargos públicos, no recibieron ni un peso porque su esperanza no tenía precio.

Al frente está el campo de los ciudadanos que desaprobaron los gases asfixiantes de la narrativa del fraude desde el largo preludio de la elección y de la sucesión constitucional que hoy está tan cuestionada y tan centrada en esa sala de la Universidad Católica. Todos los que sufrieron un año que no consideraron democrático y que dejó tantos muertos, heridos y encarcelados hoy multiplican sus preguntas tapadas entonces con sirenas de militares y policías. Para esas madres que perdieron para siempre a sus hijos en Senkata, Sacaba o en la zona Sur de La Paz, el ver al rey Arturo uniformado de naranja y detrás de un barbijo no basta. No basta.

Claudia Benavente es doctora en ciencias sociales y stronguista.

https://www.la-razon.com/voces/2021/06/05/el-rey-arturo/