Juana Santos: de ser esclava en Bolivia a cumplir su sueño en Mendoza

DIARIO UNO / MENDOZA, ARGENTINA.- Cuando tenía 6 años y durante casi diez -el “casi” es porque Juana no recuerda, o no quiere recordar tantos detalles de la oscuridad por la que atravesó en su niñez- Juana fue esclavizada por familias acomodadas de Bolivia, que se la llevaron de su ciudad natal de Turuchipa, en Potosí, haciéndole promesas que nunca se cumplieron. “Vas a trabajar, vas a estudiar, le vas a mandar dinero a tu familia”. Ella confió, porque pensaba en que si ella no mentía, las demás personas tampoco lo hacían.

Pero la desesperación nos transforma. Nos devasta o nos hace invencibles. En su caso, la hizo capaz de huir de los que hoy casi pueden considerarse sus raptores. Volvió con su familia, luego emigró a Argentina, tuvo a sus hijos y aquí pasó otro tipo de calvarios. Tantos, que estuvo a punto de terminar con su vida.

Hoy, a los 43 años, tiene cinco hijos, tres nietos, una docena de perros y gatos callejeros a los que quiere con pasión “porque también yo fui tratada como si fuera un animalito y ellos sufren, tienen sentimientos” y muchas personas del barrio llegan hasta su casa a buscar la comida que dos veces por semana ella les prepara voluntariamente.

Juana muestra sus certificados de capacitación, fruto de la garra y el tesón con que enfrenta la vida

Juana muestra sus certificados de capacitación, fruto de la garra y el tesón con que enfrenta la vida

Pero Juana tiene tiempo y energía para más, para mucho más. Se capacitó para ser albañil, porque su sueño es tener casa propia. Así, junto a otras mujeres que también realizaron la capacitación de construcción en seco que brindó el IPV en el barrio, están organizando realizar la primera cooperativa hecha por mujeres constructoras.

También estudia: está haciendo 3° grado de la escuela primaria y tiene un pequeño negocio en el que vende alimentos y bebidas en el barrio.

Juana es una mujer fuera de lo común y ella misma lo advierte. “Yo siempre tuve algo, algo diferente. Quizás por eso fue capaz de superar todo lo que pasé y ahora lo puedo contar”.

Los años de esclavitud

Cuando Juana era “Juanita” y apenas tenía 6 o 7 años, se sentó frente a sus padres, y les dijo que había decidido hacer caso a la propuesta de la madrina de su madre, que se la llevaría a vivir a La Paz -Capital de Bolivia- para trabajar, estudiar y mandarles dinero. Allí trabajaría con el hijo de la madrina, y su familia. En ese momento, su padre le advirtió “Es tu decisión, hija, pero acá también podrías estudiar, aún comiendo mote” (según explicó Juana, se trata de una comida hecha con maíz secado al sol y molido)

Pero esas promesas de un futuro mejor, nunca se cumplieron.

En la casa de la familia para la que trabajaba, me trataban mal. nunca me pagaron y no pude estudiar. sufrí mucho, recibía golpes todos los días

No hubo escuela, no hubo plata para mandar a su familia. Solamente hubo trabajo, maltrato y discriminación.

Solamente una vez me dejaron sentarme a comer en la mesa con ellos. Sino me sentaba sola, como a un perrito me tenían

Pero lo que Juana no sabía en ese momento, es que lo que le faltaba vivir lejos de su familia, era aún peor.

Me llevaron desde La Paz a Villazón -es una ciudad ubicada en Potosí, que queda casi en el límite con la Quiaca, Argentina- a vivir con la madre de mi patrona. Porque a ellos les iba mal y no me podían mantener

El sueño de Juana era volver con sus padres y hermanos, porque nunca más había sabido de ellos. No solo se lo impedía la distancia, sino el analfabetismo: ella no había alcanzado a aprender a leer y a escribir, tampoco sus padres sabían hacerlo. Pero sí su madrina, que se comunicaba con su familia y les decía que Juana estaba bien y que no quería saber nada de ellos.

Con gran esfuerzo, Juana pudo abrir un pequeño negocio en su casa

Con gran esfuerzo, Juana pudo abrir un pequeño negocio en su casa

En la casa a la que llegó, en Villazón. vivió los peores años de su cautiverio. Tanto sufrió, que no puede hablar de este tiempo sin dejar de llorar.

Si me quería bañar, me decía que era una puta. No me dejaba usar el baño, tenía que hacer mis necesidades en un papel de diario, como los animales

No solo recibió constantes maltratos físicos y humillaciones, sino que en esa época, Juana adquirió una anemia que luego se le volvió crónica por no alimentarse bien.

Yo nunca me sentaba, mi patrona hacía comida para la alcaldía y para la policía, yo me la pasaba parada moliendo el ají rojo, el maní, la cebolla. Nunca recibía más que las sobras

Para esa época, Juana ya tenía cerca de 14 años y comenzó a crecer en ella el sueño de la libertad. quería irse, aunque sabía que no iba a ser tan fácil, porque la mujer que la esclavizaba, la había amenazado con que si se iba, la acusaría de haberle robado.

Uno de mis hermanos que vivía en Argentina, me buscó y me vino a ver a la casa de mi patrona. Ella no me dejó en ningún momento sola con él, y yo sabía que si le decía la verdad la mujer me iba a castigar. Así que le dije que estaba bien, y le sonreí. Cuando él se fue, ella me golpeó muchísimo

De todas formas, ella ya estaba decidida, se iba a ir. Porque cuando la idea de libertad anida en las personas, no pueden sino crecerle alas. y esas alas se puso Juana para salir de su cautiverio.

Su patrona solo la dejaba salir una vez por semana para ir a misa.

“A la Iglesia si me dejaba ir, porque ella era católica”

Por esa hendija que se abrió en su vida, Juana se animó a saltar

Los recuerdos amargos de la niñez le nublan la vista, pero también la han convertido en la mujer valiente que hoy mantiene a su familia y quiere construirse su casa

Los recuerdos amargos de la niñez le nublan la vista, pero también la han convertido en la mujer valiente que hoy mantiene a su familia y quiere construirse su casa

De vuelta al hogar

Por esos días, conoció en la Iglesia a una mujer, mucho mayor que ella, que la escuchó, supo su historia y se decidió a ayudarla. “Juana, no vuelvas más, yo te voy a ayudar”, le dijo.

La mujer trabajaba cama adentro en Argentina, y los fines de semana, volvía a su pieza de alquiler en Villazón. Cuando Juana se animó a escapar de la casa de su captora, caminaron por el pueblo buscando un trabajo en donde poder quedarse a vivir.

“Llegamos a una casa en donde necesitaban una niñera. Golpeamos la puerta, y mi amiga le contó a al dueña de la casa lo que yo estaba pasando, y ella aceptó que me quedara a vivir allí”.

De esa casa atesora el único buen recuerdo que le queda de Villazón.

Fue la primera vez que me senté a comer en una mesa, yo ni siquiera sabía como agarrar la cuchara

La nueva patrona le juntó su sueldos de cuatro meses, le regaló ropa y la ayudó a encontrar a su familia, con la promesa de que volviera a trabajar con ella. Juana le está verdaderamente agradecida, pero nunca volvió.

Me fui al campo a buscar a mi familia, los encontré. volví a abrazar a mi mamá, a mi papá y a mis hermanitas, pero no les pude contar lo que había vivido. No quería hacerlos sufrir

Juana sabía que la única manera de ser de alguna manera libre, era casándose. Y así lo hizo, a los 19 años. Luego comenzó otra vida vida difícil en Argentina.

La vida en Argentina

Juana llegó a Mendoza con promesas de trabajo para su marido, y de una vida mejor. El trabajaba en la construcción y ella, antes de los 21 años, se quedó embarazada de la primera de los 5 hijos que tuvo. Ya vivían en el barrio Flores, y aquí conoció otra vez el dolor: su marido comenzó a tomar alcohol.

Con los embarazos, Juana volvió a sufrir de su anemia crónica, pero se le recrudeció. Tuvo a su hija prematura y estuvo en terapia intensiva del hospital Lagomaggiore. “Ahí me salvaron la vida, la mía y la de mi hija”.

Sin embargo, los padecimientos no terminaron. Su marido siguió bebiendo y ella teniendo hijos. Cuando tuvo al tercero, una especie de desesperación la tiró para atrás. No quería continuar viviendo.

“Fui a una ferretería y pedí veneno para ratas. El hombre que me atendió me preguntó si quería matar a las ratitas. Le dije que sí. Pero sabe quien era la rata que quería matar? esa era yo”.

Sin embargo, ese “algo”, ese “don” que Juana dice que tiene, la llevó otra vez al lugar correcto. Se conoció con una asistente social, que la puso en contacto con un grupo de ayuda para mujeres en situación de violencia de género. Ella comenzó a escuchar allí que no era la única, que muchas mujeres pasaban por situaciones muy graves y se decidió a salir adelante.

Surgir de las cenizas

Juana es una especie de ave fénix. Ha tenido muchas muertes y muchas resurrecciones. En una de estas “vueltas a la vida”, no solo aprendió a quererse, sino que también aprendió sus derechos, y supo que sí podía salir adelante solo por ella misma y por sus hijos.

“Me puse mi negocito, empecé a comprar verduras, al principio tenia solamente unos cajoncitos con pocas cosas, per después empecé a comprar más”. Tuvo sus primeras heladeras, su mostrador. Y fue armando una verdulería con un pequeño almacén de barrio.

Al mismo tiempo, y como su corazón se abrió para comprender a las personas que sufren tanto como ella sufrió, se ofreció a armar un comedor comunitario. “Lo pensé para que los niños no tuvieran hambre, porque ellos son mi debilidad”. el comedor comenzó a funcionar en el CAE (Centro de Actividades Educativas) del barrio Flores, por lo menos hasta que la cuarentena les cortó las acciones comunitarias. Sin embargo, ella no se dio por vencida. Se llevó las cacerolas y todo lo que le dieron para cocinar a su casa y allí siguió haciendo viandas para darles la comida dos veces por semana a niños y ancianos necesitados.

A Juana nada la detiene, dice que gracias a la cuarentena aprendió a manejar el celular y a seguir haciendo la escuela primaria -ella ahora está en tercer grado- por zoom. Toda la familia hizo las tareas con un solo celular para enviarlas a las diferentes escuelas.

El sueño de la casa propia

Voy a hacer todo para salir adelante, porque yo puedo. Ese fue el lema con el que Juana ha encarado esta etapa de su vida. Con esta perspectiva, fue una de las primeras alumnas de la capacitación de construcción en seco que el IPV organizó en el barrio Flores. En ella participaron unas 15 mujeres de las que surgió la idea de formar una cooperativa para construirse sus casas.

Juana contó que en el barrio ya están levantando una vivienda de este tipo, para una familia que tiene nueve integrantes.

Ella sueña con su casa propia, porque más allá de las dos habitaciones que en mejor estado se encuentran de su vivienda, el resto es precario. Sin embargo no se da por vencida.

https://www.diariouno.com.ar/sociedad/juana-santos-ser-esclava-bolivia-cumplir-su-sueno-mendoza-n760594