El juguete rabioso: las ganas de joder

Por Ricardo Bajo /LA RAZON.- Afinales de enero del año 2000, Ricardo Paz Ballivián invitó a cenar en su casa a Wálter Chávez. “Aunque no tenía hambre fui, me senté en su mesa y lo escuché preguntar: ¿No se te ha ocurrido hacer un periódico que sea tuyo?”. Tres días después nacía El Juguete Rabioso, el quincenario más atrevido, rebelde e insolente de la última era del periodismo boliviano. Chávez se juntó con cuatro amigos —Sergio Cáceres, Luis Gómez, Enzo de Luca y Gastón Ugalde— y bajo el nombre de una columna descarnada que tenía en La Razón, parieron lo que se iba a conocer simplemente como El Juguete.

Lo segundo que hicieron tras elegir el nombre fue el logo. Santiago Aseo, un diseñador argentino, estaba casualmente en La Paz, alojado en la casa de Luis Gómez, “persiguiendo a una exnovia”. Se juntaron todos en el demolido café Terraza de Sopocachi pues el quinteto no tenía ni oficina, ni computadora para trabajar, ni nada. Solo tenían unas ganas terribles de hacer un periódico.

Cayeron las cervezas y a la medianoche tomaron por asalto, con nocturnidad y alevosía, la oficina de una revista que quedaba muy cerca, revista donde habían trabajado y de la cual guardaban una copia de las llaves. Escribieron hasta las cinco de la madrugada, diagramaron, inventaron el logo (Aseo parió la pistola 38 Special con las tres iniciales en el cañón de los fundadores: W, S y L) y terminaron todo a la mañana siguiente en la casa de Gómez. Imprimieron en papel bond blanco el primer número de El Juguete, corrigieron y Wálter picó para la imprenta rápidamente. El 6 de febrero del año 2000, en plena euforia carnavalera, llegaba el debut “rabioso” con un tiraje de 1.000 ejemplares y una entrevista póstuma a Fernando Pessoa en la tapa. El resto es leyenda.

El  principal mentor —injustamente olvidado— fue Carlos Salazar Mostajo. “Él influyó mucho en nosotros y El Juguete tenía mucho de ese espíritu rebelde y esa pulsión por el debate de ideas que venía de una revista, El Quijote, que imprimió don Carlos y sus amigos a mediados del siglo XX. Yo había empezado a colaborar en Presencia escribiendo crítica de arte junto a Sergio Cáceres, un amigo con el que siempre tuve muchas coincidencias en las ideas, e incluso en los enfoques estéticos”, cuenta Wálter Chávez.

Cáceres vive hoy en Francia en una “puta ciudad que Rimbaud odió, la suya” llamada Charleville. Y recuerda el aporte vital de Ugalde: “El Gastón hizo posible El Juguete, fue la única persona que se jugó por nosotros, económica y socialmente. Nos dio posada en el Salar, comida y hasta computadora, porque aparte de la idea, no teníamos nada. Sergio Vega también nos echó varias veces una mano calibrando el diseño del periódico”.

Luis Gómez —y su legendaria columna musical llamada Ortega y cassette— es del trío fundador el que mejor memoria tiene. Incluso se acuerda del Ford de color azul que Wálter maneja lentamente, de los almuerzos y cenas en el Café Ciudad, en los restaurantes peruanos de Miraflores y en el Beatrice de Sopocachi y las famosas pastas de Marco Schiapparoli.

“Entre los temas de conversación estaba siempre la fatiga de trabajar para gente medio boba o tener que escribir sobre gente sin gracia. Así fue como dejé de trabajar para la revista Cosas, donde me pagaban bien, se miraban chicas lindas pero era mortalmente aburrido. Sergio haría lo propio un poco más tarde y Wálter se hartó de trabajar para los Garafulic”.

Desde el primer momento, la polémica persiguió al periódico quincenal: debates sobre historiadores entre Carlos Mesa y H.C.F Mansilla (número 33); arremetidas contra Monseñor Juárez (número 37); ataques recibidos por la Embajada de EEUU tras un especial (número 41) sobre los atentados contra las Torres Gemelas de Nueva York y unas declaraciones de Felipe “Malku” Quispe, alegrándose, etc.

Sin embargo, la primera gran polémica —después de que la publicación relegara la temática cultural que caracterizó casi en exclusiva la primera etapa— giró alrededor del aymara. El cura Pérez y otros atacaron con racismo esa lengua y El Juguete tituló en tapa: “¿Debe morir el aymara?”. La segunda puso en la diana a Cayetano Llobet y su “periodismo señorial” (en una nota de Ximena Soruco Sologuren). Y la tercera apuntó al grupo mediático de los Garafulic. “Ahí despegamos de verdad, con el “Cóndor mediático” nos fuimos para arriba y ahí comenzó también el encono de los “Gara” y sus periodistas: Brockmann, Peñaranda y un pobre hombre de apellido Rocha”, rememora Gómez.

En realidad, añade Chávez, “El Juguete era en sí mismo un escándalo, página por página”. El tiraje llegó a alcanzar 15.000 ejemplares —impensable hoy en día— y la edición volaba de los kioskos. Wálter recuerda otras polémicas: “El texto más escandaloso, quizás, fue uno donde se mostraba en una prosa aritmética que los chilenos tenían el pene muy pequeño. Recibimos miles de quejas y amenazas de muerte desde Santiago. Otro fue una semblanza de Lechín, escrita por Ricardo Zelaya. Otros textos felices fueron aquellos donde polemizamos con Robert Brockmann a cuenta del aymara, o aquella glosa sobre el ‘hijo de Puka’ en referencia al hijo de Reyesvilla, más conocido como ‘Puka’”.

Esas bromas y chismes tenían su espacio propio: eran las famosas y temidas “Cosas peores”. Cáceres recuerda cómo muchos políticos chequeaban esa sección y si no salían, recién arrancaban a leer el periódico con calma. “El mayor escándalo es que nunca fuimos escándalo. Bueno, vale la pena mencionar el caso Guiteras, ese ministro de Banzer que fue acusado de violencia de género o familiar, fueron varias tapas, creo. No sé si hicieron escándalo, pero catapultaron al ‘Juguete’ a la arena. Nos enfrentamos a los medios a los que acusamos de linchamiento mediático de Guiteras y de connivencias con el poder político. Está también el necrológico que le dedicamos a Banzer”.

Paradójicamente, la primera persona que hizo un elogio público del “Juguete” fue Gonzalo Sánchez de Lozada. Fue en la presentación del libro de Guillermo Bedregal sobre Víctor Paz en el Hotel Europa. “Bonito y muy inteligente”, dijo “Goni” suelto de cuerpo sin imaginar que años después una de las tapas gloriosas con fondo negro (número 115) iba a desearle Chonchocoro como destino final de sus días.

Pero, ¿cuál fue la pócima del éxito? Chávez la tiene clara: “El secreto fue ir contra los prejuicios, contra el racismo, defender al aymara, desafiar a los intelectuales mediocres que representaban al establishment. El secreto también era estar más o menos al día con las ideas sociológicas, filosóficas, y exponerlas didácticamente en el quincenario”. Cáceres, sin embargo, no cree en fórmulas secretas. “Nunca hubo secretos, hicimos una cosa que sorprendió a la gente porque apostamos a una publicación de alto contenido cultural a bajo precio, un boliviano costó al inicio (de ahí nuestro desastre económico) y en un formato popular. Habíamos apostado por un público intelectual de clase media y lo que pasó es que se convirtió en una publicación masiva. De paso hicimos caer un mito según el cual en Bolivia la clase popular no lee, no se interesa por la cultura y todo aquello con lo que te salían tus jefes de redacción en los periódicos”. Gómez lo resume en pocas palabras: “Ser deslenguado, sencillo y directo”. Han pasado 20 años del “Juguete” y todavía una pregunta sigue en el aire: ¿Por qué se cerró? ¿Por qué nunca volvió? “El ‘Juguete’ no murió, lo matamos. El ‘Juguete’ dio una magnífica batalla por el proceso de cambio, no fue casual que en 2005 la planta de El Juguete dirigía también la campaña de Evo. Y después de ganar la campaña, lo cerramos. Ya no teníamos nada que pelear, habíamos llegado al final del camino. Las ideas que defendimos se impusieron sobre los opinadores de las élites principalmente paceñas. Ese fue nuestro triunfo. Hubo varios intentos de compra al principio. Por lo menos unos tres muy serios, pero no vendimos porque la retribución más grande era ver cómo miles de jóvenes, campesinos, intelectuales, compraban El Juguete. Había cursos de clérigos que iban a la oficina a ver cómo hacíamos el periódico, estudiantes universitarias de Europa venían a conocer El Juguete, de hecho uno de los fundadores se terminó casando con una fan”.

Gómez apunta motivos más prosaicos: “Sergio se fue a Francia y Wálter se mantuvo un tiempo. Hasta que se convirtió en el Rasputín a modo de los que mandaban. Un día que lo comentamos sin prisa me dijo que ya era imposible hacerlo solo y además trabajar en otra cosa”. Cáceres lo resume con su carácter sencillo y sentido común: “En un momento dado, Wálter decide cerrar el Juguete Rabioso por un asunto simple. Él asesoraba a Evo Morales y se creaba una situación confusa”.

FUNDADORES. Los periodistas Luis Gómez, Wálter Chávez y Sergio Cáceres con uno de los ejemplares de El Juguete Rabioso. Foto: Enzo De Luca y Ricardo Bajo

La nostalgia por El Juguete Rabioso y su sentido irreverente nos deja otra pregunta: ¿sería posible hoy? “Sería, pero se necesitarían muchos testículos y vaginas bien puestas y redactores buenos. Eso dejaría fuera del empeño a casi todos los periodistas, críticos y escritores bolivianos de estos tiempos”, dice Gómez desde Calcuta, India, donde vive desde hace unos años. “Se me ocurre un poco que la gente seguía el ‘Juguete’ como se sigue ahora un canal de YouTube. La diferencia es que no había contador de ‘followers’ ni de ‘likes’. Pero fuimos pues los más ‘influencers’ que se puede ser. El apoyo que le dimos a Evo no funcionó por las cosas que se escribieron en el ‘Juguete’, funcionó porque éramos ‘influencers’ y nuestros ‘followers’ cumplían su rol, nos seguían hasta las últimas consecuencias. Nosotros éramos redes sociales tóxicas. Éramos un meme de 12 páginas. Quizá un Juguete Rabioso, en formato papel, no sería de interés actualmente, tendría que ser un canal YouTube”, añade Cáceres.

El Juguete Rabioso nació hace 20 años y  duró hasta julio de 2006. Se ganó un lugar en el corazón de los lectores y lectoras de toda Bolivia, para amarlo o para odiarlo pero nunca para condenarlo con esa moneda que los dioses pagan a la mediocridad que es la indiferencia.

El MAS y el ‘Juguete

En el número 97 del “Juguete” (febrero de 2004), Wálter Chávez dijo que el periódico asumía las causas del izquierdismo y el indigenismo. Otros admiraron el quincenario por su impronta libertaria. Pero, ¿cuál fue el rol político de la publicación? Cáceres cree que el papel fue determinante y curioso. “Había una mayoría izquierdista en la redacción, pero si repasas nuestras publicaciones, fuimos muy abiertos… Carlos Mesa y Centa Reck fueron parte de nuestro “consejo editorial”, un rol sobre todo honorífico, pero publicaban en el “Juguete”. Le dimos un gran espacio a los autonomistas de Santa Cruz. Defendimos a Guiteras contra los Gara. Había de todo, izquierda y centro, pero derecha nunca. Nosotros no juzgábamos lo que íbamos a publicar en relación a nuestras escalas de valores o preferencias éticas, estéticas o políticas, sino en relación a si el texto era bueno. El apoyo a la candidatura de Evo Morales en cambio sí fue una toma de posición. Decidimos contribuir a ese movimiento que a nuestro juicio aportaba algo nuevo en el panorama político. Nuestro rol podría resumirse en que hicimos aceptable ese movimiento que venía del campo, de las minas, de la periferia en la tibia comodidad de la clase media ciudadana. El “Juguete”, que era todo lo contrario del extremismo, convirtió en potables a un ex “terrorista” como Álvaro García Linera y a un sospechado de narcotráfico e iletrismo como Evo Morales. Fuimos los traductores de un momento político. Posicionamos a Evo y a Álvaro en un sitio al cual no habrían alcanzado sin el manto del “Juguete”. Luego, seguro el MAS nunca estará de acuerdo con esto que acabo de decir, pero ese ya es asunto de ellos”.

DIRECTOR. El periodista Wálter Chávez y su perro, Tomás Lizárraga. Foto: Enzo De Luca y Ricardo Bajo

Los odios, los amores y el  perro Tom

“El personaje más combatido fue Eduardo Pérez, por el periodismo oportunista y racista que hacía. De hecho ‘El Juguete’ se radicalizó a partir de un debate contra el cura cuando éste dijo que el aymara solo servía para hablar con la vaca y el burro. Nosotros habíamos estudiado con detalle las teorías lingüísticas y le respondimos con fuego. Él no contestó, lo hicieron otros peores que él, pero los combatimos mucho y bien” (Wálter Chávez).

“¿Queríamos a alguien? ¿Odiábamos a alguien? Quizá me hago viejo, no recuerdo a quién odiábamos. Queríamos a alguna gente también. No eran tanto los odios y amores lo que nos movían, sino las ganas de joder. Y jodimos. Hemos dicho cosas asesinas sobre personas a las cuales no odiábamos, pero si el meme era bueno había que publicarlo. No éramos paladines ni policías. En lo personal, no tengo nada contra el plagiador, pero al mal plagiador —al que se hace pescar— que lo quemen. Hemos debido quemar algunos. Una cosa que quede clara, el Juguete Rabioso era una publicación, no un partido ni una secta. Cada miembro tenía sus filias y sus fobias, pero nunca ejerció de policía intelectual. Nos hemos burlado de gente (plagiadores y no plagiadores), hemos atacado algunas imposturas, pero por el asunto de atacar no por corregir ni por defender algo. Había un esfuerzo para encontrar dianas. Recuerdo con especial cariño a los hermanos Molina y al grupo Comuna”. (Sergio Cáceres)

“No odiábamos, era desdén. Recuerdo uno que terminó por hacerse de humo: Juan Gonzales. No solamente se lanzó a traición contra Cé Mendizábal (y su primera novela) usando un seudónimo, persistió en sus mentiras inclusive luego de que verificamos hasta la dirección falsa que dio en Santa Cruz (fui yo, pagamos el viaje nomás por probar sus dislates). Pero nadie lo odiaba, los despreciábamos nomás. Luego estaban los que aparecían en la columna de Sergio “Galería de tiro” en la contratapa o en la de Tomás Lizárraga (viejo Tom, sobrino ejemplar). El “cliente” más asiduo de las dianas fue “Molina y asociados” y sus famosos plagios en su editorial Eureka: desde la tapa de una revista de cómics plagiada sin asco llamada Crash! hasta un manual entero sobre cuidado del agua”. (Luis Gómez)

Los pseudónimos eran habituales en el “Juguete”, especialmente cuando escribía su “director”, Wálter Chávez. Uno de los más usados fue Tomás Lizárraga o Tom Lizárraga. “Era mi perro, la Alcaldía sin saber que era un seudónimo le dio un reconocimiento por un artículo sobre el carnaval. Otros que usé fueron José Sánchez, José Prado y Alan García”.

 

TRAYECTORIA. En las páginas de El Juguete Rabioso hubo colaboraciones de importancia, como la de Sergio Vega o Álvaro García Linera. Foto: Enzo De Luca y Ricardo Bajo

Todas las plumas, todas

Las firmas y las buenas plumas dieron prestigio al periódico: las columnas gastronómicas de Ramón Rocha Monroy, viejo amigo del “Juguete”, los análisis de Jorge Richter, Álvaro García Linera y “Chato” Peredo, las colaboraciones de Carlos Mesa y Jorge Patiño Sarcinelli, las primicias de Wilson García Mérida, las crónicas viajeras (“Extramares”) de Pablo Cingolani , otro viejo conocido de todos, la “rockería” de Marco Basualdo, las investigaciones de Miguel Lora, las críticas literarias de Centa Reck, las arquitecturas de Carlos Villágomez, las historias de Paula Peña, los artículos sobre periodismo de Andrés “Chino” Gómez, las fotos de Enzo de Luca (“todas las fotos eran del Enzo, hasta las que no eran”, recuerda Cáceres), las notas de cine de Jorge Sanjinés y así hasta un largo etcétera de colaboradores y gacetilleros que pasaron por la escuela más rabiosa y juguetona del periodismo boliviano.

TAPA. Una de las portadas de la revista, dedicada al entonces presidente Gonzalo Sánchez de Lozada. Foto: Enzo De Luca y Ricardo Bajo.

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